¿Está afectando la pandemia a la salud mental de nuestros hijos?

Aunque los niños y adolescentes suelen adaptarse a situaciones novedosas, el confinamiento ha perjudicado su bienestar emocional.


Autora: Mireia Orgilés



Cuando el 16 de marzo se impuso en España el confinamiento obligatorio para frenar la pandemia de COVID-19, la vida de más de 8 millones de niños y adolescentes, de repente, cambió. Aunque han existido otras epidemias, esta era la primera vez en nuestra historia reciente que en los hogares se vivía una situación tan inusual e inesperada. El cierre de los colegios supuso una importante transformación de los hábitos de nuestros hijos. Muchos no pudieron despedirse de sus amigos ni familiares cercanos. Su vida se alteró repentinamente, y tuvieron que acostumbrarse a una nueva forma de vivir en la que las relaciones sociales se limitaban a la familia con la que convivían, y el ocio se reducía al hogar.

En España, uno de los países más azotados por el nuevo coronavirus, los niños y adolescentes aprendieron en poco tiempo a seguir clases a distancia, a relacionarse con sus amigos de forma virtual y a idear dentro de casa los juegos y actividades que antes disfrutaban en parques y espacios públicos. Todo ello, mientras incorporaban a su vida medidas de protección e higiene frente a un virus que amenazaba la vida de sus abuelos y seres queridos.

Un fenómeno por explorar

Si bien parece lógico que un evento repentino y estresante puede afectar el bienestar emocional, lo cierto es que al inicio del confinamiento no existían estudios que ayudaran a entender cómo los niños y adolescentes iban a afrontar la situación que empezaban a vivir. Únicamente se disponía de algunos resultados que revelaba un trabajo reciente desarrollado por Cuiyan Wang, del Instituto de Neurociencias Cognitivas de la Universidad Normal de Huaibei, junto con otros científicos. Según afirmaban, el confinamiento por la COVID-19 había comportado repercusiones psicológicas negativas en un porcentaje alto de la población adulta china.

Con el objetivo de conocer el efecto que provocaba en los niños y adolescentes españoles el hecho de estar confinados a causa de la pandemia, llevamos a cabo una investigación centrada, entre otras variables, en su bienestar emocional. Los resultados aparecieron el pasado mes de abril en PsyArXiv.

Más pantalla y menos deporte

Al inicio del estudio, nos planteamos las siguientes cuestiones: ¿poseen los niños una mayor capacidad de adaptación a situaciones nuevas y, por ello, pueden afrontar la situación de la pandemia sin manifestar problemas emocionales? ¿O, por el contrario, su salud mental puede verse afectada debido a que tienen menos recursos de afrontamiento? Para dar respuesta a estas y otras preguntas contamos con la participación de más de 400 familias procedentes de 87 ciudades españolas y cuyos hijos tenían edades comprendidas entre 3 y 18 años. Evaluamos el estado emocional de estos jóvenes mediante un cuestionario creado ad hoc para nuestro estudio y que cumplimentaron los padres. Lo difundimos usando una estrategia de bola de nieve (los propios participantes reclutan a otros a través de la difusión del cuestionario).

En concreto, las preguntas recogían información sobre 31 síntomas emocionales (ansiedad, depresión y nerviosismo, entre otros). Así, los padres indicaban si habían observado en sus hijos un aumento de estos estados anímicos durante el período del confinamiento respecto a la época anterior. Asimismo, se les preguntó sobre el tiempo que dedicaban los niños al uso de las pantallas y a la práctica de ejercicio físico, tanto antes como después del inicio de la pandemia. ¿Resultado? Hallamos que 8 de cada 10 progenitores confirmaron cambios emocionales y conductuales en su descendencia. La dificultad para concentrarse era el síntoma más frecuente, pues afectaba a un 69 por ciento de los jóvenes. Por otro lado, más del 30 por ciento de los hijos evaluados presentaba inquietud, intranquilidad, nerviosismo, enfado, aburrimiento, dependencia de los padres y preocupación cuando alguien de la familia salía de casa. Además, el 16 por ciento de los encuestados consideraba que su hijo estaba más ansioso, y un 18 por ciento lo veía más triste durante el confinamiento que antes de que se iniciara. Esos cambios diferían, asimismo, según la edad.

En general, los niños en edad preescolar se mostraban más nerviosos, inquietos y dependientes de sus padres; también presentaban más problemas de conducta y de sueño que los adolescentes. Estos últimos, en cambio, manifestaban una mayor preocupación y más miedo por el posible contagio de la COVID-19. Los niños en edad escolar eran los que tenían más problemas para concentrarse y discutían más con la familia.

Como cabía esperar, el uso de pantallas se disparó entre los niños y los jóvenes en esas semanas de cuarentena. También aumentó de forma considerable el sedentarismo: solo el 15 por ciento de los niños practicaba al menos 60 minutos al día de actividad física, cuando esa cifra alcanzaba un 54 por ciento las semanas anteriores. El porcentaje de los que usaban pantallas más de 90 minutos a diario había pasado de un 15 a un 73 por ciento.

Nuestros resultados coinciden con los hallazgos posteriores de un estudio que efectuaron, al poco tiempo, Xinyan Xie, de la Universidad de Ciencias y Tecnología Huazhong, y otros científicos. Según constataron, tras 34 días de confinamiento, los niños de la provincia china de Hubei también mostraban problemas emocionales: el 23 por ciento presentaba síntomas depresivos, y un 19 por ciento, de ansiedad.

 

Diferencias entre españoles e italianos

Uno de los objetivos de nuestra investigación radicaba en comparar el estado emocional de los niños de España con el de los de Italia, otro de los países europeos más afectados por la pandemia. Para ello, empleamos el mismo cuestionario (traducido al italiano) y reclutamos a los participantes siguiendo el procedimiento anterior.

Descubrimos que la situación había repercutido de manera negativa más en los españoles que en los italianos: presentaban más problemas de conducta, más ansiedad, menos horas de sueño, discutían con la familia con mayor frecuencia, también se quejaban más a menudo de molestias físicas (dolor de cabeza o de barriga, entre otras) y mostraban mayor preocupación cuando los padres salían de casa. Asimismo, pasaban más tiempo con los dispositivos digitales.

Es necesario ahondar en estos resultados para aclarar las diferencias entre los dos países, pero, a primera vista, es posible que las reglas del confinamiento que se han aplicado en cada lugar puedan explicar esas discrepancias. Aunque en ambos casos el confinamiento era obligatorio, las normas españolas resultaron más estrictas: por ejemplo, hasta el 26 de abril no se permitió a los niños españoles que salieran de casa; en cambio, el Gobierno italiano determinó casi un mes antes, el 31 de marzo, que los menores de 18 años podían pasear cerca de casa acompañados de un adulto. Además, muchos más hogares en Italia que en España disponen de un jardín o un espacio exterior, lo que permite a los niños una mayor actividad.

¿Por qué el confinamiento afecta a los niños?

El confinamiento, pese a ser una medida necesaria para frenar la pandemia, puede conllevar repercusiones en la salud mental infantil. Los primeros días después del cierre de los centros escolares, no era infrecuente escuchar a algunos padres afirmar que veían a sus hijos más felices y tranquilos desde que no salían de casa. No tener que madrugar para ir al colegio, la falta de tareas escolares y compartir tiempo con los padres podía contribuir a ese estado temporal de bienestar. Sin embargo, ese aparente bienestar no se ha prolongado en el tiempo. ¿Qué ha ocurrido durante el confinamiento que ha afectado el estado emocional de los niños?

En primer lugar, al prohibirles salir al exterior transmitimos a los niños la idea de que algo peligroso está ocurriendo, lo que puede provocarles miedo o ansiedad, sobre todo, si no logran entender bien lo que está sucediendo. Si el confinamiento es de larga duración, pueden consolidar la creencia de que existe peligro fuera de casa y generalizarla, de modo que consideran que salir no es peligroso solo por la COVID-19, sino simplemente por el hecho de estar en el exterior donde perciben numerosas amenazas. En segundo lugar, no comprender bien la razón por la que deben quedarse en casa puede aumentar su miedo. Con frecuencia, ante la falta de información o la incomprensión de esta, los niños imaginan situaciones no solo muy diferentes a la realidad, sino incluso mucho más terribles. Esa situación que fantasean puede aumentar su preocupación y ansiedad.

Además, el hecho de limitar la vida al aire libre favorece que se presenten síntomas emocionales. Los niños españoles dejaron de ir al colegio el 16 de marzo (algunos incluso unos días antes) y no fue hasta seis semanas después, el 26 de abril, cuando pudieron dar los primeros paseos. Para su óptimo desarrollo, los niños necesitan el movimiento y la estimulación sensorial que proporciona pasar tiempo en el exterior. El confinamiento reduce la actividad física y limita la estimulación sensorial al hogar. Por último, mermar las relaciones sociales reduce el apoyo social que los niños obtienen de sus iguales, y favorece su aislamiento.

¿Qué podemos concluir de este estudio?

Nuestra investigación confirma dos fenómenos: en primer lugar, que el confinamiento por la COVID-19 ha afectado a los niños españoles. Aunque tienen gran capacidad de adaptación a situaciones nuevas, parece que no disponen de los suficientes recursos personales para afrontar la situación que han debido vivir durante la pandemia. Por otro lado, los resultados corroboran que los niños necesitan pasar tiempo al aire libre para un desarrollo saludable. Todo ello nos conduce a dos conclusiones. Primero, es importante prevenir los síntomas psicológicos que muestran los niños. En nuestro estudio, muchos niños se preocupaban cuando sus padres salían de casa para comprar o ir al trabajo. Ofrecerles información clara y apropiada para su edad puede reducir esa incertidumbre y preocupación. Asimismo, se les debería informar ante cualquier cambio que les pudiera inquietar (por ejemplo, hablarles sobre la situación que van a encontrar en las próximas semanas, en la que posiblemente el contacto social continúe limitado y los hábitos de vida difieran de los de antes de la pandemia, al menos durante un tiempo). Segundo, es probable que en la mayoría de los niños los síntomas remitan de manera espontánea cuando recuperen la estabilidad y las rutinas de hace meses. Sin embargo, en los casos en que existen factores de riesgo es posible que los problemas psicológicos no disminuyan cuando finalice el confinamiento, por lo que la detección temprana ayudará a que no se vuelvan crónicos.

En definitiva, detectar situaciones de riesgo debido a la pandemia y al confinamiento es fundamental para poder aplicar protocolos de atención que permitan su tratamiento lo antes posible. La prevención constituye en esta situación, como en muchas otras, el mejor tratamiento.


Fuente: Mente y Cerebro


Referencias:

Immediate psychological responses and associated factors during the initial stage of the 2019 coronavirus disease (COVID-19) epidemic among the general population in China. C. Wang et al. en International Journal of Environmental Research and Public Health, vol. 17, n.o 5, marzo de 2020.

Las buenas prácticas en la atención psicológica infanto-juvenil ante el COVID-19. Jose P. Espada et al., publicado en línea en Clínica y Salud. Investigación Empírica en Psicología, abril de 2020.

Immediate psychological effects of the COVID-19 quarantine in youth from Italy and Spain. Mireia Orgilés et al. en PsyArXiv, abril de 2020.

Mental health status among children in home confinement during the coronavirus disease 2019 otubreak in Hubei Province, China. Xinyan Xie et al., publicado en línea en JAMA Pediatrics, abril de 2020.



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