Aprender a aprender durante el confinamiento

El aprendizaje activo es la regla de oro del buen aprendizaje.
Por: Ignacio Morgado Moral (SCILogs - En las Entrañas de la Mente)


[Pixabay]


    Los profesores universitarios de toda España estamos confinados y tratando de mantener la actividad académica y la relación con nuestros alumnos por teletrabajo. Sin duda, es un mal momento para todos, pues a las dificultades de adaptación al confinamiento se añade el permanente miedo a contraer el virus. Pero la situación excepcional que vivimos puede aportarnos también, en nuestro caso, una ventaja especial, pues es una oportunidad para tratar de motivar e inducir a nuestros alumnos a cambiar formas arraigadas y muy poco eficaces de aprendizaje pasivo por formas de aprendizaje activo, siempre reconocidas y aplicadas por los buenos profesores, que son las que prefiere el cerebro humano para establecer memorias consistentes y duraderas.

    El aprendizaje activo es la regla de oro del buen aprendizaje. Consiste en no limitarse a recibir pasivamente información, como la que suele llevar el discurso del profesor en la clase o muchos de los videos y audios recibidos por internet o en archivos informáticos. Quien aprende sólo mediante esas audiencias, sin ir más allá, se convierte en un simple receptáculo de información, motivado sólo a almacenarla o, en el mejor de los casos, a intentar comprenderla y asimilarla tal como se recibe. Vale como mínimos, pero no es lo mejor.

    Algunos de mis estudiantes me piden estos días que les ponga videos o audios en el campus virtual de la universidad, quizá como una sustitución, entendida en el mejor de los casos como parcial, de las clases presenciales suspendidas. Comprendo que lo deseen, pues esos videos les permiten una forma de trabajo fácil y cómodo, en que la información principal se les da organizada y resumida, evitando inducirles a dar el paso que requiere el aprendizaje activo, que es mucho más eficiente, como explicamos a continuación.

    El aprendizaje activo es el que induce permanentemente al alumno a razonar sobre la información que recibe, a ordenarla, clasificarla, valorarla y, sobre todo, compararla con la que recaba de diferentes fuentes y con la que ya tiene almacenada en sus sistemas de memoria. Cuando se trata de adquirir conocimiento semántico, muchas veces complejo, como el implicado en procesos biológicos o sociales, el cerebro, para adquirirlo y asimilarlo consistentemente necesita activar el hipocampo, una compleja estructura del lóbulo temporal que funciona como una poderosa máquina de integración de información, el resultado de cuyo trabajo generalmente suele acabar proyectado sobre la corteza, la parte más evolucionada del cerebro humano y un gran almacén de memorias.

    El hipocampo se activa cuando el proceso de aprendizaje requiere lo que acabamos de explicar, es decir, que busquemos la misma información en diversas fuentes y comparemos las halladas tratando de ver en qué se parecen, difieren o se complementan, cómo ordenarlas para establecer un discurso coherente entre todas ellas, cómo derivar del resultado nuevos conocimientos o ideas hipotéticas que vayan más allá de lo aprendido, y también para generar críticas propias cuando la información disponible no nos parezca veraz o convincente, entre otras muchas posibilidades de razonamiento y análisis.

    ¿Cómo conseguirlo? Una forma, entre las muchas posibles, consiste en que el profesor (o el propio estudiante) organicen la actividad partiendo de preguntas, ejercicios o prácticas que requieran que el alumno busque las respuestas acudiendo a las diversas fuentes de información (apuntes de clase, libros de texto, artículos científicos o periodísticos, conferencias, videos, conversaciones con los compañeros, etc), huyendo, a ser posible, de suministrar un único material en que todo esté ya integrado y evite que ese trabajo de integración lo haga el alumno.

    Dichas preguntas o ejercicios requieren un trabajo previo y concienzudo del profesor que garantice que abarcan los aspectos principales de la temática a aprender y que cuando el alumno de respuesta a todas ellas ya habrá asimilado lo más relevante de la temática en estudio. El examen oral es también uno de los mejores modos de inducir al estudiante a una forma de aprendizaje activo. Se trata, en definitiva, de la prosaica diferencia entre dar peces o enseñar a pescar, enseñar a aprender, es el objetivo, en nuestro caso.

    El confinamiento a que el coronavirus nos somete estos días es una buena oportunidad para tratar de inducir a nuestros estudiantes a cambiar las poco eficaces formas de aprendizaje pasivo a que muchos están acostumbrados por otras de aprendizaje activo que cada profesor puede organizar a su modo desde su propia experiencia, con sus propios medios y desde la perspectiva que siempre ofrece la libertad de cátedra.


Fuente: SCILogs: En las Entrañas de la Mente

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